El Papa pone como ejemplo de perdón al médico Mariano Mullerat, beatificado en Tarragona
25 de marzo de 2019Mariano Mullerat i Soldevila ha sido beatificado este sábado en Tarragona. El Papa Francisco, este domingo durante el Ángelus, ha dicho de él que es "un ejemplo para nosotros".
El Papa ha señalado que Mullerat se hizo cargo "del sufrimiento físico y moral de sus hermanos, testimoniando con la vida y con el martirio el primado de la caridad y del perdón".
"Un ejemplo para todos nosotros, a quien tanto cuesta perdonar, a todos nosotros", ha dicho Francisco de este joven padre de familia, que murió a los 39 años, para el que ha pedido un aplauso. "Él intercede por nosotros y nos ayuda a recorrer los caminos del amor y la fraternidad, a pesar de las dificultades y tribulaciones".
"A causa de este estilo de vida abiertamente evangélico, era considerado por los milicianos una persona pública que actuaba por cuenta de la religión católica. Precisamente por esta pertenencia suya fue capturado y asesinado por los enemigos de Cristo", afirmó Francisco.
Mullerat es recordado por gestos como cuando, durante su cautiverio, curó la herida de uno de sus verdugos, y recetó medicamentos para el hijo de uno de sus acusadores. Al ser apresado le pidió a su mujer que perdonase a sus captores.
Su beatificación fue presidida por el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal Angelo Becciu, en la catedral de Tarragona. También hubo representación de la Orden de Predicadores: Fr. José Luis Ruiz Aznárez, socio del Prior Provincial de Hispania; laicos dominicos; hermanas dominicas de la Anunciata, y dominicas de la Enseñanza de la Inmaculada Concepción, entre otros.
El nuevo mártir Mullerat y su cercanía al carisma dominicano, especialmente a través de las dominicas de la Anunciata
El nuevo beato, nacido en 1897, como San Pablo VI, vivió con intensidad de cristiano su infancia, juventud, vida profesional, familiar y de proyección político – social, en el breve espacio de tiempo al que se extendió su vida, tan solo 39 años. De su biografía, en general, se preocuparán de inmediato otras publicaciones, como, por ejemplo, la revista dominicana «Vida Sobrenatural» que, de manera bimensual, se viene editando en Salamanca, desde hace casi cien años y que fue fundada por el Padre Arintero. En nuestro Boletín, sin embargo, se presenta ahora, de manera sucinta, algún aspecto concerniente a la vinculación que tuvo con el carisma dominicano, por medio de su cercanía a la Congregación de la Anunciata.
Sus raíces por parte de madre, Bonaventura Soldevila, estaban en Arbeca, provincia de Lleida y archidiócesis de Tarragona. Bien puede formularse la hipótesis de que, de un modo u otro, las Dominicas llevadas allí de manera personal —con la H. Ramona Tría, como Priora— y presentadas en la iglesia parroquial por San Francisco Coll, el 30 de octubre de 1861 (Testimonios, p. 353), tendrían su parte en la modelación del alma cristiana de Bonaventura. Mariano, empero, nació y transcurrió su primera infancia en Santa Coloma de Queralt, provincia de Tarragona, pero diócesis de Vic, regida entonces por el venerable obispo, Josep Torras i Bages, ferviente terciario dominico, y admirador del Padre Coll (Testimonios, 457-459). Desde niño, nuestro beato, se benefició de su celo pastoral y guardó un reconocimiento duradero hacia él, como se trasluce en las siguientes palabras que publicó: «Cataluña ha encontrado en la religiosidad de todo un pueblo, el elemento básico para señalar con sólido hito el principio del camino recto de su prosperidad y grandeza, pues como dijo muy acertadamente el inmortal Torras i Bages, Cataluña será cristiana o no será.»
La hermana mayor de Mullerat, huérfano de madre a los 13 años, se casó en Arbeca. Esta fue una de las razones por las que mantuvo un contacto constante con una villa que, al fin, acogerá gran parte de su existencia y, desde luego, la más importante. El espíritu de apóstol que llevaba dentro de sí, desde el bautismo, se manifestó de manera muy clara durante la formación secundaria, en Reus (Tarragona), alentado por los religiosos Hijos de la Sagrada Familia, del Padre Manyanet. Lejos de detenerse, su celo apostólico fue en aumento durante los siete años que duró la carrera de Medicina en la Universidad de Barcelona, en la que, en 1921, adquirió el título de Médico – Cirujano.
Sus mencionados contactos con la población de Arbeca despertaron un noviazgo con la joven Dolors Sans i Bové, vinculada fuertemente con las Hermanas, que fueron sus profesoras y consejeras. Reflejo de lo que constituyó aquel noviazgo y de la animación en el mismo por parte de alguna Hermana, se halla en el Epistolario, que se ha salvado en su integridad, tanto por lo que se refiere a Mariano como por lo que respecta a Dolors. Se halla en él una sublime muestra de lo que puede ser un noviazgo cristiano, prometedor de una familia, verdadera célula sana en medio de una sociedad en crisis. Por allí andaba entonces como Priora la H. Josefa Rovira Codina y él visitó más de una vez a algunas Hermanas de la Comunidad de Elisabets, en Barcelona. Contraído matrimonio, el 14 de enero de 1922, se estableció en Arbeca, donde ejerció la medicina, al igual que en algunos pueblos vecinos.
Las cuatro hijas sobrevivientes, de las cinco que nacieron del matrimonio de Dolors Sans y Mariano Mullerat, María Dolors, Pepita [sic], Adela y Montserrat, entraron pronto en el corazón de las Hermanas y, cuando la edad se lo permitió, también en sus aulas del Colegio de San José. Además, una joven tía, Monserrat Sans i Bové, ingresó en la Congregación. ¡Tantos la recuerdan, ejemplar en su limitación por la parálisis, en la Enfermería de Vic!
El Dr. Mullerat se preocupó de la salud corporal de las dominicas y lo hizo, como él sabía hacerlo: profesionalmente, con eficacia, de manera gratuita y cercana. Como alcalde de la villa y como simple ciudadano valoró y apoyó su Colegio, en tiempos muy difíciles para la enseñanza católica. En la revista local que fundó, titulada, «L’Escut» buscó siempre espacio para la vida de este centro educativo y para sus animadoras. Lo mismo hizo con la vida dominicana, en general: reflejó sus fiestas, vida y espiritualidad de las asociaciones, especialmente en torno a Santo Domingo y el Rosario.
Expresó su afecto hacia la Congregación de san Francisco Coll con gestos y palabras, llegada la época de hostigamiento y abierta persecución religiosa. A comienzos de los años treinta realizó un largo viaje, de san Sebastián a Oviedo, para visitar y confortar a su cuñada, la aludida H. Montserrat Sans, y también a otras Hermanas que había tratado o que conoció entonces, como la H. Dolores Robinat Pau, H. Dominga Fíguls, «listísima y santa mujer», H. Josefa Rovira Codina, «Priora de Arbeca, antes de la H. Cecilia Pamiés». En total, «nueve catalanas en una Comunidad de veinticuatro». Elogió su «Escuela Hogar», de la que era por aquel tiempo gran animadora la Sierva de Dios H. Dominga Cristina Benito Rivas. Exclamará que no había visto jamás una cosa tan magnífica como aquel novísimo Colegio del Dulce Nombre de Jesús, de Oviedo. Para la posteridad, quedarán estas textuales palabras de elogio, escritas por un santo: «La Capilla provisional es preciosa como todo; aunque lo principal de todo y que cautiva el alma es el espíritu que plasma la vida de aquella Santa Casa, llena de dulzura, saturada de amor y respirando el ambiente de íntima compenetración entre todas y para todas, que hacen la vida paradisíaca y parece encontrarse uno en un rinconcito del cielo.»
Cuando le restaba poco más de un mes de vida, llevó al Colegio de Barcelona – Horta a su hija mayor María Dolors. Quería que se preparara bien al lado de su tía, H. Montserrat Sans, para el curso que debía comenzar en octubre de 1936. Ante los reparos que ponía su esposa, pronunció unas palabras que resultaron proféticas: «Quizás sea la salvación de su tía». Efectivamente, no fue martirizada, como lo fueron, en Barcelona, las cinco Hermanas, hoy ya beatas: Ramona Fossas y Compañeras Mártires. Reintegradas a Arbeca, la H. Montserrat y su hija María Dolors, serán testigos privilegiados de cómo se preparó de inmediato para el martirio.
Aprovechó los poco más de 20 días que mediaron entre el comienzo de la guerra civil y su muerte, para buscar una casa donde pudieran refugiarse las Hermanas del Colegio de San José. La encontró efectivamente, en un inmueble cedido con generosidad heroica por Joan Gras i Navés, padre de familia de 34 años, que sufrió la muerte el 13 de agosto de 1936, con nuestro beato. Procuró que no faltara nada a las Hermanas, a la vez que se interesaba por otras, hijas del pueblo, destinadas en diferentes localidades. Atendió a la H. Rosa Ribera, enferma entonces en el seno de su familia. Su nombre figuró en una famosa lista de enfermos, que escribió sobre el camión que lo condujo al martirio. Confiaba así a sus pacientes a otro médico caritativo.
Quizás nada sea tan elocuente como lo que publicó una Hermana, apoyada por él en medio de la terrible persecución ya desatada: «Arriesgaba su vida para ayudar a los necesitados. Comunitariamente recibimos su apoyo, ayuda y esperanza. Al iniciarse la Guerra Civil, el Señor Mariano, nos visitaba con frecuencia para darnos ánimos y esperanzas. Nos exhortaba a ser fuertes ante el peligro que nos amenazaba. Se ofreció generosamente a ser nuestra ayuda y, pese al peligro a que se exponía, mientras tuvimos a una de las Hermanas enferma, nos visitaba diariamente. —Cuando nos vimos forzadas a abandonar nuestro convento y a alojarnos en una casa deshabitada, propiedad de una familia amiga, el Señor Mariano siguió visitándonos y nos ayudó a aceptar con entereza los planes de Dios. Personalmente, puedo decir que su testimonio afianzó mi fe y confianza en Dios, sobre todo en los duros momentos en que me vi acometida por el Presidente del Comité, quien con insistencia quería acompañarme a la casa de mis padres. Mi zozobra, angustia y miedo se desvanecieron al oír [de] los labios del Señor Mariano, con el temple que le caracterizaba: “La gracia del Señor no le faltaran, Hermana”» (H. Concepción Fortuny i Polo).
Las hijas del nuevo beato Mariano Mullerat, han continuado unidas a la Anunciata y a la Familia Dominicana, en general. Su hija «Pepita» es, desde hace muchos años, profesa en la Congregación. Resta dirigir una felicitación muy especial para todas ellas, que han tenido la gracia de recibir en vida la noticia de la Declaración del Martirio de su padre.
Fr. Vito T. Gómez García, O.P.