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“St. Crispin’s Day”

9 de octubre de 2012

Los prenovicios de este año han elegido una original manera de presentarse, recurriendo nada menos que a William Shakespeare y una obra cinematográfica que versiona una de las obras del literato inglés: Enrique V. Ellos nos invitan a ver un fragmento de dicha película antes de leer su presentación:

 

Presentación

-Aquí estamos, nosotros respondemos-. –Aquí estamos, nosotros hemos venido-. –Aquí estamos, nosotros plantaremos cara-.

No existe, ni ha de existir, otra interpretación posible a esta respuesta. Nuestro camino ha comenzado, nuestra ardua empresa se ha puesto en marcha, nuestro futuro se sitúa ahora a nuestros pies, y delante de nosotros está el mar…

Somos cuatro, por tanto, aunque un simple número no puede alcanzar a expresar la realidad de lo que realmente somos o estamos llamados a ser, es objetivamente una cifra pequeña. ¿Puede realmente esta simple e imperfecta abstracción (el número), esta voluble e imprecisa magnitud, demostrar si acaso un mínimo atisbo de lo que significa esta realidad que nos ocupa? Lastima del tiempo en que el hombre es esclavo de su propia actuación, del tiempo en que el número se erige en medidor de la esperanza y en cifra de la virtud, cual blasfemo adivino de un futuro cada vez más computabilizado y paradójicamente más incierto.
¡No desees un hombre más, te lo ruego! […]¡No ansíes un hombre más! Este es el grito de Harry de Inglaterra ante el terror que le espera en Agincourt, el grito de quien sabe que el hombre es mucho más de lo que la fría objetividad muestra. Es cierto, somos pocos, pero ¡Ay¡ de los pocos: “Nos pocos, nos felices pocos, nos banda de hermanos […]” Nosotros somos los que estamos aquí, los que queremos acompañar al noble Harry en su gloriosa cabalgada, los que queremos correr a los pies de su caballo como lebreros en una cacería, los que estamos dispuestos a llevar su enseña hasta el corazón de las innumerables tropas francesas. Nosotros, pocos y felices, gritamos vivamente contra todo aquello que supone al hombre por debajo de cualquier otra cosa. Nosotros, venidos del mismo mundo y la misma sociedad que los demás hombres, hemos ocupado un puesto en las filas de Harry de Inglaterra, en el centro de la sociedad misma, sosteniendo en alto la pica del estudio y la contemplación, donde quedaran ensartados los caballos de la ignorancia y la mentira que pretenden arrasar la hierba de la dignidad humana. “Y los caballeros que permanecen ahora en el lecho de Inglaterra se considerarán malditos por no estar aquí […]” El gentil Westmoreland necesita más hombres, pero el Rey le responde lamentándose por aquellos que no tomarán parte en la batalla y alegrándose incluso en esa hora de lobos, por los torpes e inútiles soldados que le acompañan en el embarrado suelo de Agincourt: “Porque quien vierta hoy su sangre conmigo será mi hermano; por muy vil que sea, esta jornada ennoblecerá su condición […]”

Henos por tanto aquí a nosotros, los que hemos venido a poner nuestras jóvenes y rebosantes vidas al servicio de la Verdad, formando una camaradería leal y fuerte en la batalla de nuestro tiempo. Henos aquí por tanto a Ciro, Antonio, Rafael y Dailos, pocos nombres para considerarnos un ejército, dispuestos a servir a nuestra amada Orden de Predicadores “hasta el final del mundo […]” Nosotros hemos respondido, y nuestra respuesta ha de resonar en toda la Iglesia. Nosotros unidos a Harry, por el cáliz de su sangre, y detrás de nuestro noble Westmoreland, el fiel lebrero del Rey, y junto a todos los hermanos que nos aventajan en la batalla, nosotros felices pocos, por la Verdad, le prenderemos fuego al mundo.

 

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