Los discípulos de Emaús y su conversación de amistad
2 de abril de 2018
Es mucho lo que comentan y sobrado lo que veo,
que tengo susto en el alma y estoy temblando de miedo…
Dile a Jesús lo que pasa; ¡díselo, díselo presto!
lo que pasa, lo que pasa en Jerusalén y Huerto.
Fr. José Mateos, O.P.
Queridos hermanos,
Es mucho lo que comentan y sobrado lo que veo… Mientras escribía esta carta uno de nuestros hermanos mayores me enviaba un poema bajo el título ‘Dile a Jesús’. Una creación literaria que él mismo había escrito con motivo del triduo pascual. Extraigo los versos que encabezan esta carta para reflejar que, en cierto sentido, así estamos celebrando la Pascua del Señor; porque el misterio pascual no deja de sorprendernos. Desborda a la inteligencia y a los afectos. Aun así, no escatimamos esfuerzos por ahondar en la experiencia que tal misterio nos descubre.
El tiempo pascual brinda la oportunidad de interiorizar en uno de los mensajes pascuales más acertados y entrañables. Me refiero al relato de Lucas sobre los discípulos de Emaús. El evangelista, con gran expresividad narrativa, cuenta una historia. Refiere para ello unos personajes, un diálogo, unos acontecimientos, un contexto y un pretexto, unos referentes y unos modos de relación, un encuentro. Estos elementos se vinculan estrechamente entre sí, construyendo la verosimilitud de una historia en conversación que ha marcado la experiencia religiosa de la fe cristiana hasta nuestros días.
La conversación que se ofrece es una conversación de amistad. En mi percepción de las cosas el relato de Emaús narra la sabiduría de la Pascua en clave de amistad. El camino de Emaús, a través de su narración nos introduce en el misterio del resucitado; nos ayuda a comprender las Escrituras porque ‘nos abre los ojos’ al amor más auténtico y porque ‘nos prepara el corazón’ para recibirla de otros e incluso de Dios mismo. La relación de amistad procura precisamente esto: ‘abrir los ojos, al disponernos mejor el corazón para un encuentro amistoso’.
Pues bien, digamos prestos a Jesús lo que pasa. Hagámoslo en conversación de amistad; aquella que Jesús en su Pascua nos ofrece. Os invito hermanos a profundizar, desde el momento personal y provincial en el que nos encontramos, en este relato de Lucas. Lo haremos ‘en conversación’ y ‘en conversación de amistad’ con otros textos de la Sagrada Escritura, pero también con algunas expresiones culturales de antaño y de hoy. No podemos decirle a Jesús lo que pasa sin el soporte de lo que el ser humano ha formulado en pensamiento y expresado en sus manifestaciones literarias y artísticas. No debemos dilucidar la conversación de Emaús sin el conocimiento de lo que anida en el corazón humano. Quizás así la comprensión de la Escritura nos resulte más acorde al espíritu que anima nuestro ser, también de carne y hueso. En cualquier caso, ¡vamos a intentarlo!
Los ‘lazos’ de la amistad
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que dista sesenta estadios de Jerusalén. ¿Cómo desentrañar los ‘lazos’ de la amistad cuando, al menos, dos van juntos de camino? ¿Qué podemos ‘decirle a Jesús’ cuando vamos de camino, juntos? La Provincia tiene que trabajar esta respuesta. En todo caso deberíamos poder ‘decirle a Jesús’ que la fraternidad amistosa cuando la ejercemos es capaz de unirnos y de aproximarnos. Porque los ‘lazos’ sirven en su uso cotidiano para adornar o para sujetar algo; expresan, al mismo tiempo, una relación que une en profundidad. No en vano la expresión ‘echar el lazo a alguien’ es ganar su voluntad, es conquistar a una persona que nos hace caso, que nos presta una atención especial. Todos estos ‘lazos’ cuando se vuelven ‘lazos’ de amistad tienen su decoro y su belleza, se fraguan en el camino de la vida, sobre todo cuando ese camino se recorre con otros en aras de un proyecto común de vida y misión.
El proyecto común genera, como sabemos, vínculos. Son conexiones que unen con la fuerza que nos proporciona estabilidad y permanencia. Cuando nos vinculamos a otros no dejamos de poner nuestra suerte en sus manos. Nuestra vida ya no nos pertenece del todo a nosotros mismos. Algo de los otros, al menos en aquello que nos vincula, está muy presente en la propia vida. Hemos emitido nuestra profesión religiosa entrecruzando nuestras manos. Nuestra vida está prendida en las manos de los otros, incluso en la de aquellos que nos han precedido, a los que hemos conocido y querido. Soltarnos de estos lazos es perdernos en nuestra vocación dominicana.
Ya la novelista italiana Susana Tamaro captó en su literatura algo de esto. En la novela que la lanzó a la fama internacional, traducida a más de 35 idiomas, Donde el corazón te lleve, acierta la autora a fijar la conversación de una abuela con su nieta cuando aquella comprende que ya le queda poco tiempo de vida; para escribir en otra de sus grandes novelas, Anima mundi, que la muerte no deja de ser una ‘especie de ficción, porque nunca se muere uno para siempre’. En ambas novelas la autora logra mostrar el valor existencial que tiene una conversación de amistad cuando se alcanza a vencer, incluso, ‘la ficción de la muerte’, por los lazos que vinculan a las personas. Así lo expresa ella misma, en todo caso, en una de sus entrevistas a periodistas inquietos por indagar en las razones de su éxito editorial.
Los ‘lazos’ de la amistad se establecen entre personas de bien hasta la muerte o incluso más allá de ella, como pueden ser los lazos que unen a una abuela con su nieta. Llamo ‘persona de bien’ no al que ha de ser perfecto, sino simplemente a aquel que vive bajo sensatez; en justicia y con piedad en este mundo, según lo permita nuestra condición mortal, conforme a las palabras de la Carta a Tito (2, 12). Si los vínculos entre las personas se viven acordes a la triple orientación ética que define Pablo en su carta, la amistad no correrá riesgo alguno de desviarse entre las personas de bien; lo cual, en sentido inverso, significa que deberá rechazarse y desterrarse con severidad, cualquier relación que omita de manera deliberada referirse a ese triple ‘límite’, como son el de la templanza para ser sensatos, el de la ecuanimidad para ser más justos, y el de la bondad para ejercer con más entereza la piedad.
La ‘amistad a resguardo’
Y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Cuando escuchamos a la gente hablarnos de sus relaciones interpersonales, de sus éxitos y fracasos, se pone de manifiesto con frecuencia algo que resulta peculiar y propio de las relaciones amistosas: las confidencias. La confidencia representa un dar algo más de sí en la relación. Transforma una relación humana en vínculo amistoso. Según esta percepción muy compartida en la relación de la amistad no basta con dar algo de lo que se tiene o algo de lo que se hace, sino que también se necesita dar algo de lo que se es. De esto se trata. La ‘amistad a resguardo’ tiene lugar cuando damos, al menos algo, de lo que somos. En esto consiste la confidencia hecha al buen amigo. Desde ella entramos en lo más sagrado de las relaciones humanas. Cuando alguien se entrega desde lo que es merece nuestra mejor admiración y respeto.
Cuánto he apreciado, a este propósito, las reflexiones de Laín Entralgo sobre ‘la ética de la amistad’ y que tan bien pronunciara ya en 1995 en las IV ‘Conferencias Aranguren’, organizadas por el Instituto de Filosofía del CSIC. Los universitarios de entonces, al escuchar tan magna exposición en un auditorio repleto de jóvenes, exclamaron ‘nos conoce bien, por eso logra hablarnos así’. He de reconocer que las reflexiones éticas de este médico-filósofo me persiguieron un tiempo y me educaron en la configuración de un pensamiento y de una cierta práctica de la amistad, a la hora de ir forjando este tipo de relación en mi propia persona. También he de decir que me sirvieron de contraste en la propia búsqueda espiritual del amor de amistad que Dios nos ofrece.
Los discípulos de Emaús comparten una experiencia común. Una experiencia de fracaso y decepción. Han de poner la amistad de la que hablo ‘a resguardo’. El relato de Emaús nos ayuda a precisar lo que se entiende por tal relación. Me baso, para ello, en las propias reflexiones de Laín Entralgo. La amistad no es sin más camaradería, ni fruto de la simpatía social, ni relación de tertulia, ni proximidad, ni enamoramiento. A nadie costará gran trabajo el advertir la diferencia entre ellas como formas de la relación interhumana. La amistad es ante todo una forma particular del amor en origen (in genere); entendido éste como sentimiento que mueve a procurar la perfección o el bien de una cosa, de una obra humana o de una persona. La amistad nos lleva, en último término, a convivir como propias la fruición, la perfección o el bien que una determinada acción haya deparado a la persona amada. Amistad, en definitiva, es una especificación del amor en su origen, en la cual la relación entre dos o más personas, en tanto que tales, se manifiesta en ‘comprender bien al amigo’; en un ‘decir o hablar siempre bien del amigo’; en un ‘hacer bien al amigo’; también, cómo no, en un llegar a ‘quererlo de verdad’, al convertirnos en confidentes y darse desde lo que cada uno es, como se ha expresado anteriormente.
Hermanos, hemos de ser valientes y ‘decirle a Jesús’ lo que somos. No tanto lo que hacemos, lo que tenemos, lo que proyectamos, lo que hemos logrado y lo que no. Él ya lo sabe. Quiere oír de nosotros, más bien, lo que somos. Este es el ‘resguardo’, la protección de amistad que Dios quiere. Una protección que requiere, al menos, los componentes éticos de la relación de amistad que nos sugería el propio Laín Entralgo.
La amistad que acompaña
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó a ellos y caminó a su lado. Nos dice Cicerón que la amistad no es otra cosa que la concordia total de pareceres sobre todas las cosas, tanto divinas como humanas. A esto se suman la benevolencia y el afecto. El mismo Cicerón cree que los dioses, exceptuada la sabiduría, no han hecho al hombre un regalo mejor. Por eso se preguntaba: ¿Qué vida merece ser vivida que no descanse en la mutua benevolencia de un amigo? ¿Qué es más dulce que tener a alguien con quien te atrevas a hablar de todo como contigo mismo? ¿Qué provecho tan grande habría en las ocasiones prósperas si no tuvieras a alguien que se alegrara por ellas tanto como tú mismo? Y constataba: sería difícil soportar las adversidades sin uno que las sintiera incluso más que uno mismo. La amistad, en cualquier parte en la que nos movamos, la encontramos siempre dispuesta. Nunca está de sobra, nunca es inoportuna, jamás es molesta. La amistad da mayor esplendor a la prosperidad y hace más ligeras las desgracias compartiéndolas y haciéndolas comunes.
Los discípulos conversaban y discutían entre sí poniendo en común su propia visión y vivencia de lo ocurrido. Se hace necesaria la presencia de un tercero que se acerque para objetivar el contraste. No obstante, hay un detalle importante: la conversación tiene lugar ‘de tú a tú’, en proximidad y al lado uno del otro, porque así es la conversación de la amistad. El Jesús resucitado que se acerca a ellos y se pone igualmente a su lado. No se coloca frente a ellos, se acerca a su lado, para escuchar mejor, para interpelar con cercanía, para fomentar el contraste fraterno. Jesús, con los suyos, incluso cuando los interpela, se pone a su lado. La felicitación pascual encuentra aquí uno de sus mejores sentidos. El resucitado no nos anula, ni pretende someternos, se pone discretamente a nuestro lado.
Que ilustrativo nos resulta esta actitud de Jesús mostrada en el relato. Jesús, con sus discípulos, adquiere el comportamiento de quien acompaña. Esta actitud no le resta su contraste y enfado si es necesario. Pero lo hace poniéndose al lado de los suyos, aunque algunas veces necesite acudir a la aspereza para reafirmarse en el bien que procura a los que acompaña durante el camino: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! Sin embargo, nosotros nos empeñamos algunas veces en ponernos de frente cuando algo de los otros no nos gusta o no aceptamos. Creemos que así vencemos al que situamos de frente como contrincante. También esto hemos ‘decirle a Jesús’.
En realidad, cuando nos ponemos de frente, denigramos al otro a condición de siervo. Una pérdida de energía y esfuerzo. Gesto inútil que ni construye ni ilumina. Ni contrasta ni ayuda. En la fraternidad nos ponemos unos al lado de los otros. Desde este gesto nos educamos en la escucha mutua y nos ayudamos mejor en el contraste. Lo que debamos decirnos, debemos hacerlo poniéndonos al lado, nunca de frente. En la fraternidad yo no encuentro otra pedagogía mejor que ésta. Además: no debemos olvidar que Jesús previamente, en su predicación, nos ha llamado amigos: no os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15). Un discurso de Jesús en el que se nos anuncia cómo es la vida de fe y de amor de aquellos que permanecen, con lazos de amistad, en Jesús más allá de su muerte.
La amistad que se busca
Él les dijo: ¿De qué discutís por el camino? Ellos se pararon con aire entristecido. A tenor de la respuesta que los discípulos le dan a Jesús en los versículos que siguen se puede afirmar que habían hecho el esfuerzo de encontrarse en los acontecimientos que tuvieron lugar y que tanto los han entristecido. En palabras de Pascal podemos afirmar que más que profesar su fe, la lloran. Pero quizás la lágrima y el llanto sean signo de amor, el signo de aquellos que se aman. La conversación de amistad nos pone en esta situación de búsqueda, porque ‘ninguna lágrima debe perderse, ninguna muerte debe quedar sin resurrección’, afirma Lévinas. ¿No será que las lágrimas, y la tristeza que ellas provocan, son las primeras palabras de la verdad?
Efectivamente. La amistad entristecida ha de buscarse también en la Sagrada Escritura. Me he buscado en la Biblia y por todos los rincones he encontrado mis huellas, dice el poeta León Felipe en uno de sus versos. Algunos exégetas sugieren la posibilidad de acercarse a los relatos bíblicos para abordar la vida. La expresión religiosa narrada en la Sagrada Escritura es la raíz y el fundamento de nuestras huellas. Su hondura humana y riqueza espiritual nos ‘refleja como seres humanos’. Y lo hace hasta en nuestro comportamiento ético más básico para la vida comunitaria y fraterna.
Buscarse en la Biblia, según José Luis Elorza, es buscarse en una palabra que tiene muchos tonos. La palabra expresada en el Antiguo Testamento nos lleva a evocar el pasado en los relatos; a denunciar el presente, anunciar un futuro nuevo y alimentar la esperanza a pesar de todo, soñando con un futuro mejor en los profetas; a reflexionar sobre la existencia en los sabios; a orar la realidad en los salmos; a guiarse en la vida en los códigos de leyes y sus mandamientos. Pero la palabra de Jesús de Nazaret resuena con muchos sonidos porque invita, ofrece, anuncia, denuncia, promete, perdona, sana, inspira pautas de vida, interpela con sus gestos y hasta con su muerte. En fin, nos buscamos en la Sagrada Escritura porque pone en movimiento toda nuestra persona: memoria, corazón, imaginación, inteligencia que piensa y siente. En la palabra de unos y de otros, sus oyentes percibían la voz y el corazón, la presencia y la voluntad de Dios mismo.
Los frailes de la Provincia en no pocas ocasiones, doy fe de ello, hemos ejercido en nuestro ministerio pastoral y docente la conversación de amistad cuando nos hemos entregado y hemos dado poco o mucho de nosotros mismos a otros. Quizás lo hayamos logrado sin darnos cuenta cuando nos ‘hemos buscado en la Sagrada Escritura’. Sí, en cierto sentido nos hemos buscado en la Escritura, porque con mayor o menor intensidad la hemos estudiado, orado, proclamado y predicado. Medios de búsqueda a través de los cuales Dios nos ha encontrado.
En definitiva, los predicadores -‘amigos de Dios’- como les gustaba decir a algunos de nuestros frailes mayores, sabemos que la conversación de Emaús se vuelve Escritura para nosotros, especialmente cuando posibilitamos caminos a los que ‘van de camino’ y en búsqueda; consolamos a los que sufren y/o están tristes por cualquier motivo; acompañamos a los más débiles a la hora de ayudarlos a vencer sus fracasos y sus miedos; animamos a los desilusionados con nuevo espíritu, cuando no han orientado bien sus expectativas; ofrecemos más el alimento de Dios que nuestras propias fuerzas; reaccionamos en común, para levantamos mutuamente de nuevo y apoyarnos en el propio testimonio de vida. ‘Hemos de decirle esto también a Jesús’.
La amistad y sus expectativas
Nosotros esperábamos que sería Él que iba a librar a Israel: pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto sucedió. ¡Vaya!, la amistad y sus expectativas…
Durante el tiempo de cuaresma nos sorprendió una vez más la expresión cinematográfica con el estreno de la película María Magdalena. Una película dirigida por el director australiano Garth Davis. Este director, a través del personaje bíblico de la Magdalena, redescubierto más desde los fragmentos que se conservan del manuscrito copto, apócrifo y gnóstico, que de los evangelios canónicos, nos va presentando su propia mirada sobre la predicación y los milagros de Jesús. Los últimos días de la vida de Jesús son contados a través de los ojos de esta mujer, con los que el maestro había establecido unos vínculos especiales de amistad.
Uno de los manuscritos recoge el diálogo apócrifo que la Magdalena tiene con los discípulos de Jesús después de haber vivido el golpe de su muerte. En ese diálogo se recoge esta expresión en boca de Pedro: ‘De todas formas Él, al verla, la ha amado, sin duda”. Esta afirmación le sirve al director de la película para mostrar la singularidad de la Magdalena con respecto a los demás discípulos. Ella, en cualquier caso, es la primera anunciadora de la Resurrección del Señor. Si ella es la primera que anuncia el mensaje más importante de la fe cristiana es porque situó adecuadamente sus expectativas.
La conversación entre Jesús y María Magdalena es presentada por el cineasta casi más desde la mirada mutua, cinematográficamente filmada con intensidad, que desde la emisión de la palabra. Hay más diálogo denso de mirada que de palabra. Es quizás su modo de mirar el final del Señor el que genera sus propias expectativas, una perspectiva más acertada, según nos muestra el guion de la película. Por esta razón, la mirada se vuelve todo un ‘derroche’ de conversación, íntima, personal y reconfortante. Su conversación con el Señor nos permite, a su vez, percibir su modo de afrontar la muerte de alguien a quien ha llegado realmente a querer. En esto se distancia, quizás, de la forma de encarar la muerte de Jesús que tienen los propios discípulos. El director hace un esfuerzo, no siempre del todo logrado, por mostrar en la pantalla una lectura actual de lo que aquieta en la conversación de nuestros contemporáneos, de sus expectativas y miedos, incluso en la relación de amistad.
Comprendemos mejor la densidad de la conversación de amistad que la Magdalena tiene con Jesús teniendo en cuenta lo celebrado en Jueves y Viernes Santo. Los discípulos de Emaús, en su conversación, ponen de manifiesto que se están adentrando en el misterio de un amor que es fiel hasta la muerte, por eso es capaz de amar la historia personal de cada uno, como amó la historia personal de María Magdalena. Así decía uno de nuestros hermanos en la breve homilía del Viernes Santo y que sentidamente pronunció: al mirar a la cruz descubrimos que el amor total no es sólo la universalidad del amor de Dios a todos los hombres y mujeres sin ninguna distinción; sino que es a la total integridad del ser humano. Dios ama a cada uno de nuestros rincones, cada una de nuestras historias y quiere entrar en toda nuestra realidad para hacerla nueva en el amor. Nuestro hermano, con su palabra y su sentir predicados, consiguió que todo un templo abarrotado de fieles se identificara con el crucificado. De esta forma logró ‘decirle a Jesús’.
La amistad permanente
Entró, pues, y se quedó con ellos. La conversación de amistad llega para quedarse. No hay amistad más sublime que aquella que permanece más allá del tiempo, de la intensidad, de la proximidad y cercanía, porque quien ‘permanece en el amor de amistad permanece en Dios y Dios en él’, como así reza la primera carta de San Juan (Cf. 1 Jn 4, 16).
Me alegra constatar cómo las editoriales católicas y laicas españolas y latinoamericanas han ido traduciendo la sugerente obra del sacerdote suizo, seminarista en Friburgo, Maurice Zundel, fallecido ya en 1975. En 1972 Zundel fue llamado al Vaticano por Pablo VI para predicar en el retiro de cuaresma. El Papa Montini quedó tan admirado de su persona y de su predicación que llegó a decir: con el padre Zundel hemos llegado realmente a la conversación de la amistad. Una amistad en la que el Señor nos ha reunido, como así nos hemos reconocido mutuamente al final de nuestro encuentro en retiro cuaresmal.
En palabras del Abbé Pierre decimos de sus escritos que con él, nos encontrábamos en presencia de Alguien. Por su misma persona accedíamos casi naturalmente al misterio de Dios. A lo absoluto y ahí nos quedábamos. Este autor ha sido capaz de ‘decirle muchas cosas a Jesús’, especialmente en su obra póstuma: No habléis de Dios. Vivid en Él ¡Y que se os note! Todo un arte y una alegría de creer. Los fragmentos que se recogen del autor en este libro nos ayudan a ‘decir a Jesús’ y a reconocernos en el Evangelio. Preciosas y sugerentes reflexión para el momento presente.
En definitiva: ¿Qué es la amistad permanente sino el amor de Dios en nuestras vidas? ¿Qué es amar? ¿Qué ocurre cuando se ama? Cuando amamos somos en una relación con el otro. Y eso es Dios, en su misterio adorable, una corriente de relaciones, donde nada se apropia, donde se da todo, donde la personalidad es pura, total, eternamente una referencia a otro, una mirada hacia el otro.
La amistad que aúna voluntades
Entonces se le abrieron los ojos y le reconocieron. Los vínculos de la amistad se refuerzan en una experiencia de amor. Para Lucas y para nuestros coetáneos el amor de amistad encuentra en Dios su vínculo más fuerte, su fuente inagotable, su fundamento más seguro y su punto de referencia absoluto. Pero este vínculo de la amistad con Dios conlleva sus exigencias. Pide, al menos, el acuerdo de dos voluntades, la suya y la nuestra.
Benedicto XVI en su Carta Encíclica Deus Caritas est nos llegó a decir que la historia de amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad, habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío (Deus Caritas est, n. 17).
Volviendo a los discípulos de Emaús... caminar juntos una distancia, por pequeña que esta sea, exige ciertos acuerdos básicos de voluntad también entre las personas. La expresión del Papa emérito bien la podemos considerar en las relaciones de amistad entre personas. El lazo más bello de la amistad, en este caso, estará en lograr ‘comunión de voluntades’. Un logro que requiere no pocos aprendizajes y no pocas dosis de maduración humana y espiritual, como así ya había expresado Elredo de Rieval cuando profundiza en el vínculo que existe entre la amistad y su fundamento en la conciencia: ‘el acuerdo de voluntades’.
Elredo de Rieval fue un monje cisterciense inglés del siglo XII. Su humanismo y su talento quedaron muy bien recogidos en sus escritos. Dos son los especialmente recomendables para el tema que nos ocupa: El espejo de la caridad, todo un estudio teológico sobre el amor y La amistad espiritual, un tratado sugerente sobre la amistad espiritual. Este último fue un texto muy leído durante la edad media en los noviciados cistercienses. Estas dos obras se complementan, de modo que no debemos leer la una sin la otra, ya que la primera trata de la virtud teologal en relación a Dios, mientras que la segunda desarrolla el amor humano que para Elredo se concreta en la amistad como camino de acceso al amor teologal. He de afirmar, al mismo tiempo, que ambas obras proliferan en la actualidad al haber aumentado mucho la demanda de su lectura por aquellos, creyentes o no, en su propio camino de Emaús al querer iniciar una búsqueda compartida con otros. Tanto los que escuchan nuestra predicación como aquellos más alejados de ella se acercan, sin embargo, a la lectura de este monje medieval. Buscan en sus escritos un arroyo en el que saciar su sed. ¡Los predicadores no podemos ignorar esta demanda cultural del momento! No la ignoremos. Si lo hacemos no consideramos como se merecen a los que buscan en su vida una conversación de amistad.
Retorno a Jerusalén
El relato de Emaús finaliza con esta alegría pascual: Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: ¡Es verdad!
¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido al partir el pan. Hace mucho tiempo así fue cómo se sintieron los discípulos del Señor cuando vivieron lo que sucedió y ahora es como debemos sentir nosotros, porque lo que significó para ellos significa para nosotros. ¡Por favor!, ‘decidle a Jesús’ esto mismo.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Un abrazo,
Fr. Jesús Díaz Sariego, O.P.
Prior Provincial
Madrid, 1 de abril de 2018