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Religión y sentido de la vida en la cultura actual

21 de noviembre de 2012
Religión y sentido de la vida en la cultura actual

La afluencia de público superó todas las expectativas. Fueron cerca de 200 personas las que se congregaron y apretujaron en el aula para escuchar la conferencia de Juan Martín Velasco: Religión y sentido de la vida en la cultura actual. Y, ciertamente, el auditorio no quedó defraudado. Fue una densa y bella conferencia, fruto de la sabiduría y del buen hacer de un teólogo experimentado y excelente comunicador. De un hombre, como alguien ha dicho de él, “sabio, tranquilo, sencillo, humilde, bienhumorado, generoso”.

La cultura actual, que en su proceso secularizador parece haberse olvidado de Dios, da la sensación de vivir huérfana de sentido, como si cargara con su vacío existencial. Sin embargo, el hombre no puede sacudirse la pregunta fundamental del sentido de la vida, aunque le cueste descifrar y clarificar su contenido. La rica semántica de esta palabra-símbolo en sus diversas acepciones remite incuestionablemente hacia un “plus” de realidad, ese “más allá de sí mismo” que comporta la existencia humana. El ser humano es el único animal que no sólo indaga las razones de su existencia sino que vive una fuerte tensión interior entre lo que es y lo que desea ser. En otras palabras, busca una “calidad de vida”, la necesaria “esperanza de vida” que fundamente la pregunta por el sentido de la historia humana.

Hasta hace poco las religiones remitían a la idea común de la “salvación”, cada una de ellas con sus matices y representaciones peculiares, para responder a la pregunta por el sentido de la vida. En la actualidad, dentro del contexto de secularización y de crisis de las religiones, el testigo del anterior monopolio religioso parece estar más bien en manos de múltiples respuestas seculares, dispuestas a satisfacer las demandas de sentido. Ya no cabe decir: “Dios es el sentido de la vida”.

¿Qué papel juega dentro de esta situación la fe cristiana? Aporta ante todo el carácter personal de las relaciones con el Absoluto, ese ser origen y meta de la vida. Es lo que cualifica la condición humana de acuerdo con toda la tradición bíblica que culmina en la personificación divina de Cristo Jesús. El hombre, diseñado para la relación interpersonal, experimenta a Dios como amigo y compañero de la vida: “cuando todo era nada, apareciste tu y ya nada era nada”. Rasgo que comporta la profunda esperanza de la vida en Dios (Jn 14,1-4) y el compromiso de hacer efectivo en los demás el amor con que Dios ama a la humanidad. Desde esta perspectiva, hasta la misma “noche oscura” tiene cabida en la vida del cristiano como experiencia radical del sentido de la vida.

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