Unidad de fe y pluralidad dentro de la Iglesia
27 de febrero de 2013Con la maestría y claridad que le caracteriza, el Prof. dominico Martín Gelabert cerró el ciclo de las Conversaciones con una densa y brillante intervención centrándose en los puntos más nucleares de un tema tan actual como complejo.
La pluralidad intraeclesial ha existido siempre. Así lo consignan los datos del Nuevo Testamento y de la Iglesia posterior, donde se constata el origen apostólico de dicha pluralidad. Es también la tradición que confirma el concilio Vaticano II (Lumen Gentium 13; Ad Gentes 22) ofreciendo nuevas orientaciones para la reflexión. La iglesia nunca ha sido monolítica. Comparte la pluralidad en la unidad y la unidad en la pluralidad desde el momento en que acoge en su seno tradiciones y sensibilidades diversas que no tienen por qué ser excluyentes.
Ahora bien, vivimos en un mundo plural y común, cuyas diferencias sociales y culturales desconocen fronteras geográficas. Distintas maneras de vivir y creer que afectan tanto a nuestro mundo personal como a la institución eclesial con diferentes repercusiones en ámbitos y sectores de la misma. Y es que la fe, porque se vive en la limitación y la finitud, necesita de mediaciones, es decir, se ha de vivir sacramentalmente. Si es cierto que Dios tiene que actuar a nuestra manera para llegar hasta nosotros, no es menos verdad que ninguna de nuestras mediaciones, ni siquiera los enunciados dogmáticos, agota la realidad de Dios (el problema surge, como ocurre con el fundamentalismo, cuando absolutizamos dichas mediaciones). Esta es la razón de fondo de la unidad de la Iglesia: una fe que se pluraliza en formas y modos diversos de vida.
Dentro de la iglesia pueblo de Dios caben por tanto diversas percepciones de la realidad así como pareceres y concepciones políticas que apuntan a soluciones divergentes sin tener que reivindicar para ello la autoridad de la iglesia. Semejante concepción teológica de la identidad eclesial demanda en sus gobernantes y doctores una visión amplia y pluridimensional, a sabiendas de que cualquier toma de postura concreta puede ser criticada por quienes no la comparten y que las tensiones, no las banderías, son inevitables.
En la Iglesia, familia de Dios con casa común, caben diferentes ministerios, funciones, carismas y estilos de vida. Es su riqueza. Es también la meta hacia la que le encaminaba Juan Pablo II: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión es el gran desafío que tenemos ante nosotros si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”.