“Vivir la fe en la vida cotidiana”
3 de noviembre de 2015María Dolores López Guzmán es teóloga laica y madre de familia, es autora de varios libros: Cuando vayas a orar. Guía y ayuda para adentrarse en la oración; Donde la maternidad se vuelve canto. Apuntes para una teología de la maternidad; La desnudez de Dios; Desafíos del perdón después de Austwitz; Diario espiritual de Santa Josefina Bakita, esclava en África, a la que considera un símbolo de la humanidad desolada y a la vez un testimonio vivo de las bienaventuranzas.
Comenzó señalando la doble lectura del título: por un lado sugiere reflexionar los envites de la fe en la vida cotidiana: sus rasgos propios, sus tentaciones, los temas recurrentes…, por otro lado sugiere hablar de las potencialidades de la fe en la vida cotidiana, de confiar y dar valor a la cotidianidad de la fe que tenemos entre manos. El “cada día” alude a la espontaneidad El vivir la fe “cada día” es algo tan sencillo y complicado como dar valor a cada día Cuando nos hacemos mayores, nos instalamos en “los días pasados” o estamos “tan volcados en el futuro que es una meta que nunca llega”. Así, difícilmente nos quedamos saboreando el día. El Dalai Lama dice que hay dos días que no existen uno se llama “ayer” y el otro “mañana”. El hoy es el único para hacer, trabajar, amar, vivir. El reto de lo cotidiano es vivir el hoy sabiendo que tiene mucha relación con el pasado y el futuro. La cotidianidad es algo que compartimos todos. Así como hay una espiritualidad dominicana, franciscana o jesuita, la espiritualidad cotidiana es de todos. Nuestra fe acontece en el día a día es la espiritualidad base.
En segundo lugar, a demás de ser una espiritualidad para todos y aunque todos hacemos lo mismo, cambia el modo en que lo hacemos. La fe, aunque hagamos lo que todos, nos hace cualitativamente distintos. Sí es pertinente plantearnos la vida cotidiana porque desde la fe, las posibilidades son distintas.
Hay dos claves que determinan esta diferencia. La primera clave teológica que nos ayuda desde el principio a vivir la vida el la creación la maravillas del Creador. Es el entorno natural que Dios nos ha dado: ¿vivimos en ese entorno o nos estamos alejando de él? Nuestra cultura occidental nos está alejando de este hábitat natural. Si la tecnología ocupa un espacio vital que no permite conectar con la vida natural, tenemos que repensar nuestra vida desde la clave de la ecología y conectar con lo natural, lo manual, lo artesano. Hay que redistribuir mejor nuestro espacio técnico y nuestro espacio natural. Decía Benedicto XVI: “La naturaleza es fruto de de un proyecto de amor y de verdad”. El Cántico de las criaturas de San Francisco es un hermoso modo de conectar nuestra vida espiritual con la vida natural.
El otro polo de nuestra fe es la Encarnación. Nos trae la clave de cómo son las elecciones de Dios. Si en la Creación, Dios vio que todo era bueno, en la Encarnación el hombre ve que Dios es “uno más”. Es el amor concreto y tangible de la humanidad. Lo que Dios quiere es humanidad pura, desnuda, la realidad cotidiana sin más. Para venir al mundo eligió una madre, un padre, una cara sencilla como condición de posibilidad de la vida pública.
En su vida pública trata de rebajar las expectativas de los apóstoles que le quieren encumbrar. Lo que hace es darle valor a lo que continuamente estamos haciendo: “He venido para decir que eso es lo que tiene valor para mi”.
¿Cuál es el objeto de la vida cotidiana? Podemos sacar dos conclusiones desde la experiencia de la Creación: Todo nos ha sido dado. La vida es un regalo. La dimensión en la que nos introduce es la de la absoluta gratuidad: vivir lo que se nos da cada día. Esto nos introduce en la dinámica de la libertad: ver la vida en clave de competitividad no entra en la dimensión de Dios que es gratitud. Vivamos agradecidos porque la vida es un regalo.
En segundo lugar, nos da los criterios para hacer las elecciones de cada día: no todo puede tener el mismo valor. Decía santa Teresita de Lisieux que la tentación del mundo moderno es hacen “El más pequeño movimiento de amor puro es más útil a la Iglesia que el hacer grandes cosas”.
A partir de estos dos pensamientos obtenemos las claves de la vida cotidiana.
La primera clave es lo grande y lo pequeño. ¿Qué es lo grande y qué lo pequeño? Tenemos la pendencia a pensar que lo propio de la vida cotidiana es lo pequeño. Pero la verdad es que están unidos, que Dios nos llama a las dos cosas.
Lo mismo solemos pensar de lo público y lo privado. Pensamos que lo propio de la vida cotidiana es lo privado. Pero la verdad es que las líneas que separan lo público de lo privado no están demasiado claras. Lo importante es si lo vivo en clave de fe.
Igualmente pensamos entre lo ordinario y lo extraordinario Lo importante es percibir lo extraordinario en lo cotidiano.
Otro aspecto a tener en cuenta es el crecimiento y la paciencia. Aunque damos más valor al crecimiento, la paciencia todo lo alcanza. Una de las grandes tentaciones de la vida cotidiana es la impaciencia para recoger los frutos. Pero la paciencia nos exige la confianza y la fe. Lo importante es el tiempo y la oportunidad: “no sabéis ni el día ni la hora…”. Lo importante es el momento el “kairós” y en cada momento hay que perder la vida… Para el amor no cabe decir “mañana empiezo”.
Otra de las claves nos la da la Fidelidad y resistencia, la perseverancia: “quien es fiel en lo poco lo será también en lo mucho”. Lo importante es que podemos vivir el momento en cualquier lugar y lo hemos de vivir con positividad y amor: el mal no puede invadir nuestra vida…
Dolores continuó desgranado así otros muchos aspectos de la vida cotidiana, entre ellos “el martirio de la caridad”. La Iglesia veneró a sus mártires como a sus santos. Fue ampliando el espectro de la santidad al considerar como martirio (testimonio) el vivir la caridad concibiéndolo como “el martirio de la caridad”.
Fr. Juan Manuel Almarza O.P.