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Entendido

Documento

Carta de Navidad 2023

22 de diciembre de 2023
Carta de Navidad del prior provincial de la Provincia de Hispania, Fr. Jesús Díaz Sariego

 

«Señor, ¡danos la Paz!»

«¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra
paz a los hombres que él ama!» (Lc 2, 14)

Queridos hermanos,

La Paz es un anhelo que la humanidad precisa para recuperar su dignidad. En cada Navidad recordamos la confianza del profeta Isaías: «Yahvé, tú nos pondrás a salvo» (cf. Is 26, 12). Esta interpelación profética se vuelve uno de los cantos más elocuentes de la Navidad: «Señor, ¡danos la Paz!». Una pieza coral compuesta entre los siglos XVII y XVIII inspirada en un texto latino antiguo que dice: «Señor, danos la paz en nuestros días, porque no hay nadie que luche por nosotros, sino Tú, Dios nuestro». Isaías marcó una historia espiritual sobre los anhelos de paz que perduran hasta nuestros días. El pueblo de Israel acudía a Dios cuando sus fuerzas eran incapaces de lograr la paz deseada, al verse vencido por sus contrarios. El Nuevo Testamento, retomando esta tradición espiritual, le otorga a la paz la fuerza mesiánica encarnada en Jesucristo. Es la paz total y definitiva la que se anhela, aunque vivida en unas circunstancias históricas concretas. La experiencia mesiánica adquiere, en la actualidad, todo su valor.

De todos es sobradamente conocida la realidad bélica en la que nos encontramos. Las guerras entre pueblos y naciones siguen siendo, por desgracia, una realidad demasiado frecuente. No somos ajenos, igualmente, al alto nivel de crispación en el que nos encontramos en nuestro contexto más próximo. En la vida comunitaria no estamos exentos de agresividad, aquella que nos hiere en las relaciones fraternas. Los despropósitos suscitados por el no adecuado manejo de las ideas y emociones generan entre nosotros actitudes poco fraternas; más bien inmaduras, por la rudeza de los comportamientos nada amigables que reproducen. Las personas, cada vez más tensionadas por la vida, experimentan en su propio interior una violencia añadida que no siempre son capaces de manejar adecuadamente.

«Señor, ¡danos la Paz!» es la petición que responde, por tanto, al deseo profundo que tenemos los humanos de acariciar la paz interior, tan necesaria para el equilibrio de las personas. Pero también al anhelo manifiesto de expresar la deseada armonía en la convivencia fraterna que hacemos, a su vez, extensible a toda relación interpersonal y a las relaciones de los pueblos y culturas entre sí. Nos inquieta sobremanera la falta de paz en las diversas formas de relación que establecemos. Ante esta carencia resulta necesario celebrar un año más la Navidad y volver de forma más intensa a sus mensajes de paz. La experiencia nos pone ante nuestros ojos la cruda realidad de su clamorosa insuficiencia en todos los órdenes: social, interpersonal y personal.

La Paz y el Amor de Dios van de la mano

Retomamos la experiencia religiosa del evangelista san Lucas: «¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres que él ama!» (Lc 2, 14). Lucas relaciona estrechamente la paz entre los hombres con el amor de Dios. Queremos adentrarnos en el misterio que tal experiencia religiosa describe, para profundizar aún más en las implicaciones de la fe en un Dios que nos transmite la Paz porque nos ama. Se hace carne como nosotros, menos en el pecado, por amor.

La paz, además, configura la personalidad y amaina el carácter, cuando el amor de Dios se experimenta de veras en la propia carne; el amor divino, por otro lado, se vuelve acción, realidad y compromiso en las relaciones interpersonales y sociales porque promueve ‘la paz universal’. Entre su amor y la paz, por lo tanto, hay un vínculo que debemos considerar. Sin paz no hay amor deseable entre Dios y los hombres, pero tampoco entre los humanos; al mismo tiempo, sin amor no hay paz posible en la tierra. Tampoco gloria a Dios en lo alto que pudiera pronunciarse de forma auténtica y coherente. La experiencia lucana, recogida de forma sintética en el versículo indicado, tiene más enjundia de la que parece. No es una mera expresión entrañable para el tiempo de Navidad. Es más que una manifestación de un deseo legítimo y necesario. Es la mirada atenta de quien conoce en profundidad la naturaleza humana y sus carencias.

La percepción evangélica de Lucas se vuelve exigente, especialmente minuciosa, para nosotros en todos los ámbitos de la vida. Os invito en esta Navidad a reflexionar sobre la Paz evangélica que se nos propone. Una reflexión que nos comprometa y, por lo tanto, que nos lance a dar un paso más en nuestro camino vital y vocacional de conversión. Hemos de seguir dando ese paso, es urgente y necesario. No es un capricho ni un mensaje melifluo de este tiempo navideño en el que nos encontramos. La expresión evangélica es una invitación al cambio radical de nuestras vidas. ¿Cómo es posible dar gloria a Dios en lo alto, alabarlo y predicarlo, si en la tierra -en nosotros y entre nosotros- habiendo sido amados por Dios no hay paz? Si no hay paz en el mundo es porque no hemos experimentado del todo el amor que Dios nos tiene y las consecuencias que de ese amor recibido y percibido se derivan.

Necesitamos, por ello, de las mejores fuentes espirituales, para lograr comprendernos adecuadamente a nosotros mismos y a los demás en esta experiencia lucana. También para encontrar los mejores argumentos que nos ayuden a predicar mejor el mensaje navideño en su plena manifestación de Paz.

Santo Tomás y la Paz

Con motivo del Año Jubilar de santo Tomás no pueden faltar, en la reflexión orante sobre la paz, su pensamiento y espiritualidad. Prueba de ello está en la constatación de aquellos, creyentes o no, que acuden a sus fuentes para iluminar un poco mejor el presente. Considerar esto es una muestra de reconocimiento sobre la valía personal e intelectual del Aquinate; pero también un aprecio a la tradición espiritual de la Orden. Siempre estamos llamados a conocerla mejor.

La paz, para Santo Tomás, es fruto de la virtud de la caridad. Se acoge y se ejerce libremente. Implica, por ello, una doble unidad: la armonía interior que «resulta de la ordenación de los propios apetitos en uno mismo» y la armonía exterior que ha de darse con los demás, aquella que se realiza «por la concordia del apetito propio con el ajeno», evitando así el enfrentamiento. La primera se logra por el amor a Dios sobre todas las cosas, que lo ordena todo en Él; y la segunda, «en cuanto amamos al prójimo como a nosotros mismos» (cf. Suma Teológica, II-IIa, q. 29, a. 3, in c). De esta doble unidad se extraen tres clases de orden en la promoción y adquisición de la paz: el orden universal; el que comprende las relaciones interpersonales; y, el que hace referencia a la vida interior. Los tres órdenes están estrechamente relacionados entre sí, de tal manera que cada uno de ellos depende de los otros dos.

No debemos olvidar, por otro lado, que el Aquinate retoma el término ‘virtud’ de la filosofía griega y del propio san Agustín para considerar la caridad. Para Aristóteles, la virtud no solamente «logra hacer bueno lo que se realiza, sino también a la persona que lo realiza». La virtud nos hace buenos en nuestras personas y en nuestras obras. Por eso san Agustín llegó a afirmar de la virtud que «es el arte de llegar a la felicidad plena». Si la paz es fruto de la virtud de la caridad, su adquisición en nosotros y entre nosotros, nos hará mejores al ayudarnos en nuestra propia conversión y maduración personal. Aquí radica la espiritualidad de la paz. Pero también la educación para la paz que procuramos a los niños y jóvenes, y a la sociedad en general.

Las consecuencias del mensaje lucano las podemos encontrar, por tanto, en los razonamientos de santo Tomás sobre la paz. Éstos nos ayudan, con la sabiduría necesaria, a iluminar y promover la paz social; pero también a procurar el desarrollo fraterno en las relaciones comunitarias y a establecer los procesos personales necesarios para alcanzar la paz interior de la que todos estamos necesitados. Hemos de apreciar y valorar todos los esfuerzos de personas, grupos e instituciones sociales en su promoción de la Justicia y de la Paz. A nadie se nos escapa el valor de dichos esfuerzos. Pero ese legítimo y necesario empeño no debe llevarnos a olvidar que hay otros dos órdenes necesarios en la construcción de la paz. Me refiero a los ya mencionados con respecto a las relaciones interpersonales y a la vida interior.

La paz auténtica emana del interior del hombre y de sus relaciones con los otros. Ésta es la experiencia religiosa de san Lucas a la hora de vincular la paz con el amor de Dios. Aún más, la paz o concordia con los otros no acaba, si persiste el desasosiego, con la intranquilidad interior; por eso la paz tiene sus raíces más profundas de lo que parece en el corazón del hombre. San Lucas y santo Tomás, por tanto, nos enseñan que la paz no se agota o restringe a lo social, sino que habrá de madurarse previamente en la vida interior de las personas y en sus relaciones interpersonales.

El orden de la paz universal entre pueblos y naciones

Los anhelos de paz, ya lo hemos afirmado, son tan antiguos como el hombre mismo. En la Calenda que el solista canta en la noche de Navidad se nos ofrece un compendio de la historia de la humanidad que espera la salvación realizada por Jesucristo. Cristo asume la realidad de nuestra carne. Quiere consagrar el mundo con su presencia. En el Pregón navideño se nos proclama que el nacimiento de Jesús tiene lugar «cuando en el mundo entero reinaba una Paz universal».

Según lo anteriormente expresado nos podríamos seguir preguntando, con otros muchos, si la paz es un eco de la Navidad. La alegría de la celebración navideña se ve enturbiada con la presencia diaria de otras noticias, cercanas o lejanas, de luchas, enfrentamientos o incluso violencias masivas. ¿Dónde quedan nuestros deseos de paz, aquellos que especialmente manifestamos en estos días navideños? Acaso el Niño Dios nacido pobremente en Belén, ¿no vino a traer la paz, la salvación, la concordia entre las naciones? ¿Por qué los ángeles cantaron en la noche: «¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres que él ama!?». La Directora Nacional de Formación e Identidad de la Universidad Santo Tomás de Chile, Esther Gómez, nos ofrece una bella reflexión a este respecto. Retomo, en los párrafos que siguen, sus ideas para expresar lo que quiero comunicar especialmente en esta Navidad.

Cuando el mundo estaba en plena Primera Guerra Mundial, la noche de Navidad en 1914 irrumpió con la fuerza divina de la Paz. En el diario del sargento Bernard J. Brookes, de los Queen’s Westminster Rifles, del 24 de diciembre de 1914, encontramos esta memoria escrita: «Hacia la noche, los alemanes se volvieron muy divertidos, catándonos y gritándonos. Dijeron en inglés que, si no disparábamos, no lo harían, y finalmente se dispuso que los disparos no se intercambiaran [...]. Un oficial alemán que llevaba una linterna se adelantó un poco y pidió ver a uno de nuestros oficiales para organizar una tregua para mañana (día de Navidad) [...] Fue una noche hermosa y cayó una fuerte helada, y cuando nos despertamos por la mañana, el suelo estaba cubierto con una vestidura blanca. De hecho, fue una Navidad ideal, y el espíritu de paz y buena voluntad fue sorprendente en comparación con el odio y la muerte de los últimos meses. Uno apreciaba, con una luz nueva, el significado del cristianismo, ya que ciertamente fue maravilloso que un cambio así en la actitud de los ejércitos enfrentados hubiera podido producirse por un Acontecimiento que sucedió hace cerca de 2.000 años». ¿Habrá tregua en las guerras durante esta Navidad?

El extracto de este diario nos resulta sobrecogedor. Nos lleva a pensar que la concordia no se impone, pues guerra o paz, lucha o armonía, son fruto de nuestra libertad. Lo esencial de la Navidad es lo que se hizo presente en las trincheras de la Guerra, permitiendo disfrutar a los hombres en el frente del espíritu de amor y concordia que trajo Aquel que nació hace dos mil años. Aquellos oficiales decidieron vivir una tregua de paz, en que reinara la cordura desde el reconocimiento de la hermandad que nos une a todos como seres humanos e hijos de Dios. Esta es la clave: se tomó una decisión, la mejor posible; pero no siempre, por desgracia, se toman las mejores o siquiera buenas decisiones. Tanto la armonía como el enfrentamiento son fruto de nuestra libertad, y optamos por una o por otra. ¿Cuántos gestos de simpatía o armonía mutua quedan truncados porque no son aceptados?

¿Qué mayor gesto de armonía que el Dios de la Navidad? Él es el Creador de cielo y tierra. Encarnado en nuestra propia carne; así se hace cercano, próximo, a nosotros para asumir nuestra condición y desde ella redimirnos de nuestras miserias. La paz que vino a traernos, sin embargo, también la ofrecía y sólo podía ser aceptada libremente y no impuesta. En medio del misterio de Navidad, mientras los pastores acogían ese regalo de paz, otros lo rechazaban y decidían perseguirlo y acabar con Él. Quizás porque lo veían como una amenaza a su poder ejercido a base de temor. Siempre hubo y habrá pastores y magos que, junto a José y María, acogen al Niño Dios y sus propuestas de paz, pero con ellos coexistirán Herodes que quieran imponerse y se cierren a la paz y al trabajo en común.

El compromiso de la Orden con la Paz mundial

La paz en el mundo, en nuestras comunidades, en nuestras familias y lugares de trabajo, es fruto de las decisiones, y, por lo tanto, de la libertad. También la guerra, la violencia o los enfrentamientos. Cristo, a quien adoramos en un Niño en estos días de Navidad, viene a nosotros y nos ofrece la paz, pero depende de nosotros aceptarla o no. Por eso, y en la historia se repite precisamente porque somos libres, han coexistido y así seguirá siendo, la paz con la guerra, la concordia con la lucha.

En la Orden de Predicadores -participando toda la Familia Dominicana, desde diciembre del año 2017- también hemos querido hacernos eco, con libertad, de la Paz mundial. Para ello hemos establecido el Mes Dominicano por la Paz. Una forma de ir recordando en nuestra oración, pero también en nuestra predicación, la realidad sufriente de tantas y tantas personas en el mundo entero. En esta ocasión, desde el 3 de diciembre 2023 hasta el 6 de enero 2024, la Comisión Internacional Dominicana de Justicia y Paz nos invita a dirigir nuestra mirada sobre la Amazonía. «Una región, como así ha recogido el Secretariado de Familia Dominicana, rica en belleza natural, diversidad cultural y desafíos que requieren nuestra atención y acción solidaria». El Maestro de la Orden nos invita en su carta a tener en cuenta los problemas climáticos relacionados con la Amazonía, pero sobre todo las injusticias y violaciones de los derechos humanos relacionados con la injusticia climática perpetuadas en particular en la selva sudoriental peruana, que es la parte de la Amazonía confiada a la Orden por la Iglesia a través del Vicariato Apostólico de Puerto Maldonado. No olvidamos, como igualmente se nos recuerda, los conflictos entre pueblos y naciones que aún siguen estando ahí, azuzando la conciencia de la humanidad. Acogemos también en esta Navidad el dolor sufriente de millones de personas víctimas de los conflictos en Israel-Gaza, Ucrania, Sudán, Myanmar, Nicaragua y de otros muchos lugares.

El orden de la paz en las relaciones interpersonales

La paz en nuestras relaciones interpersonales radica en la concordia de voluntades en un mismo sentir. El componente afectivo de esta paz, que santo Tomás también entiende como amistad, se refuerza con una expresión de Cicerón: «entre amigos hay un mismo querer y un mismo no querer» (cf. Suma Teológica, II q. 29 a. 3). En este pasaje de la Suma, santo Tomás está pensando no en una suerte de relaciones impersonales, casuales o utilitaristas, sino en unas relaciones humanas estrechas, las del tipo de la amistad. La paz entre las personas no anula la diversidad de opiniones.

Entre nosotros he podido constatar en no pocas ocasiones lo difícil que nos resulta disentir, incluso sobre cuestiones fundamentales, sin herirnos. La herida tiene la gravedad de quien la procura y en quien la provoca está la principal responsabilidad. Pero la herida también tiene sus efectos en quien la padece. En el ‘dejarse herir’ también anida alguna responsabilidad. Esta va en aumento en la medida en la que nos regocijamos en la herida. ¿Cuántas veces no somos capaces de salir de nuestra propia limitación al vernos cercados por las heridas que nos hayan producido, alimentarnos de ellas y utilizarlas de forma permanente, como arma arrojadiza contra los demás? Las utilizamos, incluso, para justificar nuestras propias actitudes y posturas. Las heridas, por dolorosas que sean, no justifican el todo de nuestra vida. Caemos, con más facilidad de la que parece, en la automanipulación y autocomplacencia para justificarnos y tapar así las verdaderas cuestiones personales, aquellas que nos impiden crecer como personas maduras y libres en las opciones de vida que hayamos tomado.

Aproximarse al sentido de la propia vida permite acceder a una comunión real con los otros. ¡Qué objetivo para la vida personal tan bello y lleno de virtud! La relación con los demás no surge solamente desde lo que podemos ofrecerles, sino más bien desde lo que cada uno carece y le falta. Los otros nos complementan en lo que no tenemos. El ser humano, para llegar a ser lo que está llamado a ser, necesita recibir de los demás lo que por sí mismo no alcanza. A través de esta acogida y apropiación el ser humano se aproxima a la paz descrita por el evangelista Lucas.

El orden de la paz en la vida interior de las personas

Llama la atención, a este respecto, la incapacidad que mostramos algunas veces para dominar nuestras pasiones más agresivas contra los demás en nuestros círculos relacionales más próximos. No solamente hemos de buscar la paz en los conflictos internacionales y nacionales que nos acechan. Hemos de procurar, al mismo tiempo, nuestra propia paz interior. No debemos bajar la guardia en esto. En ello nos jugamos más de lo que pensamos. No solamente una vida más plena y no esclava de nosotros mismos y nuestras cerrazones, sino también la autenticidad de lo que queremos vivir. La ceguera personal a la hora de abordar los conflictos de la vida nos puede volver personas infelices, frustradas, insatisfechas y tremendamente aburridas con la vida. ¡Hasta las reiteradas quejas con las que nos expresamos cansan y nos cansan! Si esto se da, se merma la vocación; pero, sobre todo, se trunca la vida en sus dimensiones más importantes. La paz interior no debemos descuidarla. Es urgente mimarla si ya se tiene o recuperarla si se ha perdido.

Sin paz interior en cada uno difícilmente se logra construir una comunidad fraterna. La fraternidad tiene sus componentes ascéticos. Es exigente. Requiere mucho de nosotros. Quizás una generosidad de vida que no siempre logramos alcanzar del todo. En esa generosidad se incluye algo tan dominicano como lo es la compasión mutua. Ésta, la compasión, logra vencer nuestros narcisismos más enjaulados y sibilinos. Aquellos de los que no siempre somos capaces de reconocer en nosotros mismos, pero que sin embargo anidan en nuestro interior como resortes que nos vencen, manipulan y degeneran. La paz interior sabe de perdón y de misericordia. No niega la herida ni el dolor de la misma. Pero ‘es inteligente’. No se deja llevar sin más por el propio orgullo. Su inteligencia aporta la humildad necesaria para saber interactuar con los demás, incluso con los que hayan podido producir la herida. Una sabiduría creativa que nos ayuda a superarnos y a salir de nuestros egos encerrados.

Sin paz interior en las personas no es posible un mundo más pacífico. No siempre logramos desarrollar en nosotros la necesaria espiritualidad que nos sustente en un corazón pacífico y en una inteligencia lo suficientemente lúcida para abordar los conflictos que hubiera, propios o ajenos, con los recursos que ésta nos proporciona. No logramos ver del todo, ni siquiera en nuestra vida personal como frailes predicadores, la luz de la Navidad que nos ilumina en el nacimiento del Hijo de Dios. El tiempo en el que estamos nos exige una paz interior arraigada y profunda. Es la paz del corazón. Aquella que nos devuelve a la racionalidad, a los sentimientos adecuados a la hora de afrontar la vida y la propia vocación. Es la paz anhelada por los profetas durante el Adviento y la que Jesús recibe en el Evangelio que proclama. Es la Paz de la encarnación de Dios. Es la Paz de la Navidad.

Termino con las palabras de uno de los filósofos orientales, surcoreano, que más irrumpe en la actualidad en la cultura occidental. Byung-Chul Han nos viene a decir, desde una profunda contemplación de lo humano, que «el origen de la cultura no es la guerra, sino la fiesta; no es el arma, sino el adorno. La esencia de la cultura es ornamental. La época sin fiesta es una época sin comunidad. No permite que surja ningún ‘nosotros’. Cuando esto se da resulta difícil mantenerse en una paz interior que nos reconforte y ayude».

Abramos los ojos al misterio de la Navidad y pongamos toda nuestra inteligencia y corazón al servicio de la paz universal que todos estamos llamados a encarnar. Sin paz interior no hay paz comunitaria. Sin paz comunitaria difícilmente promoveremos la paz social.


¡Feliz Navidad!

Madrid, 22 de diciembre de 2023

Fr. Jesús DÍaz Sariego, O.P.
Prior Provincial